El 21 de septiembre de 1955, un helicóptero de la Marina Británica
aterrizó en un minúsculo islote en mitad del Océano Atlántico Norte y
depositó allí a tres militares y un científico, que procedieron a izar
una Union Flag
y a fijar con cemento una placa según la cual tomaban posesión del
lugar en nombre de Su Majestad La Reina Isabel II. El tamaño de la isla
donde habían aterrizado superaba por poco el de una pista de baloncesto.
31 metros de largo por 25 de ancho, y era notablemente escarpado; en su
punto más alto alcanzaba los 21 metros. La tierra habitada más cercana
estaba en las costas de las Hébridas Exteriores,
a más de 350 kilómetros de distancia. En definitiva, el lugar era un
peñasco en mitad de la nada oceánica. ¿Para qué demonios quería el Reino
Unido una roca enorme completamente aislada? Esta es la historia de Rockall, la piedra donde termina Europa.
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