30 de enero de 2011

En un tren

Hoy, desde Almendras y Mejillones, seguimos con momentos agradables:


Viajo en un tren regional hacia Tarragona. Perfectamente lleno, todo el mundo sentado y pocos asientos vacíos con alguna que otra maleta.  Los asientos están encarados de dos en dos, no hay mucho ruido y sí gente muy variada. Lo agradable de la situación y ciertos pensamientos que recorren mi cabeza han hecho que me ponga a escribir:

 
Enfrente de mí, mirando por la ventana y echándome alguna que otra ojeada de vez en cuando, una chica preciosa de expresión tímida e insegura escucha música en su Ipod mientras come galletas. A pesar de su inseguridad, se le ve cómoda en el tren; disfrutando del trayecto. Puede que no quisiera alargar el viaje a 2 horas, pero me atrevo a decir que no le gustaría llegar ahora mismo.



A su lado y delante de mí duerme placidamente un niño de unos 2 años que una madre ha dejado reposar allí. Lo ha hecho muy confiada, tranquilizada por la sonrisa que ha recibido de la preciosa chica al preguntarle si el asiento había quedado libre.

Tres de los 4 asientos que quedan a mi izquierda, los ocupan un padre de origen magrebí y dos de sus hijos. El resto están repartidos por el vagón y de vez en cuando vienen a intercambiar unas palabras para mí incomprensibles. Se dirigen a Reus y parecen cansados. Aprovechan el tiempo en el tren para recuperar energías mediante pequeñas cabezadas.

En el cuarto asiento, un hombre con gafas y una barba frondosa lee un artículo sobre Kiko Veneno en una revista poco interesante. El sí tiene ganas de llegar a casa.

Si giro la cabeza hacia la derecha, puedo contemplar un mar Mediterráneo azul, tranquilo, precioso. Cada vez que voy o vuelvo de Barcelona conozco mejor sus playas y acantilados. Cada vez me parece más bonito, al igual que la preciosa chica, que ahora duerme definitivamente relajada.

Detrás del niño y de la chica que duermen, dos mujeres hablan en Francés sobre Barcelona, deteniéndose frecuentemente para sonreír a los niños magrebíes que van circulando por el pasillo.

 

No puedo saber que pasa filas más allá, pero por lo cómodo que se está en el vagón deduzco que no me importaría describirlo.

Acaba de pasar el revisor y le he pagado casi agradecido. Muy diferente a cuando se viaja de pie, con un calor sofocante y hay que preguntarle si no le da vergüenza cobrar  con lo lleno que va el tren y el jaleo que hay montado.

¡Qué fácil es hacer los momentos agradables para todo el mundo! Sin extremismos, con respeto. Sin tener que oír a niños llorar y a padres gritándoles. Sin tener que escuchar a dos pobres veinteañeros ya perdidos hablar sobre lo triste que será su próximo sábado. Pudiendo dormir, escribir, hablar o pensar tranquilamente sin problema alguno.



No es tan difícil, aún creo que podemos lograrlo.
¡Hasta la próxima Almendras y Mejillones!

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